Así la ardiente pasión
que en abrasado volcán
convertía al corazón,
presa de amoroso afán,
se trueca en tibia ceniza
de los altares al pie,
y arroyo que se desliza
es lo que torrente fue.
Ceniza que da la calma
al amante corazón,
mejor que dichas al alma
el fuego de la pasión.
Por eso el dulce sosiego
de los felices esposos
es la ceniza del fuego
de sus pechos amorosos.
Y fuera necio sentir
que así se calme su ardor:
¡la pasión ha de morir
para que viva el amor
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