sábado, 18 de diciembre de 2010

moises

Moisés es un profeta del judaísmo, el cristianismo, el islam y la fe bahá'í.

Según la Biblia, era hijo de Amram y su mujer Iojebed. Es descrito por la Torá (el texto sagrado del judaísmo) como el hombre encomendado por el Dios Hashem (Yahvé) para liberar al bíblico pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y como su máximo profeta y legislador.

No existen datos históricos que fundamenten la existencia real de Moisés, pues todas las referencias a él son muy posteriores, cuando ya se había formado el judaísmo.

Se le conoce por otros nombres:

* Moshé (hebreo: מֹשֶׁה‎, ‘salvado de las aguas’) en hebreo
* Mileh en hebreo tiberiano
* Mūsa (موسىٰ) en árabe



Según el relato bíblico, la hermana de Moisés, Míriam, observó la trayectoria de la pequeña cesta y ella pudo haber sugerido el nombre hebreo Moshé. A la vez moises significa ‘engendrado por’ en egipcio antiguo.[1] En su libro Antigüedades judías, el escritor judío Yosef bar Mattityahu (Flavio Josefo) da otra versión: mo: ‘agua’, uses: ‘salvado de’, que coincide con el sentido del nombre explicado por la Torá.

Se cree también que Moises deriva de la supresión de una parte del nombre egipcio original que tenía este personaje, puesto que en el antiguo Egipto se colocaba el nombre de un dios antes de la palabra mses, por ejemplo Ramses significaba engendrado por Ra, así que Moises al huir de Egipto y renegar de su origen egipcio quedo solo como mses o Moises

En Éxodo 2:10 se narra: "Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija del Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué.

La Torá narra como Moisés lideró junto a su hermano Aarón la salida de los hebreos de Egipto y recibió la Torá de manos del Dios Yahvé —tras haberle sido dictada por inspiración divina— en el monte Sinaí. La Torá comprende la historia de la vida de Moisés y de su pueblo hasta su muerte a la edad de 120 años, que según algunos cálculos exegéticos tuvo lugar en el año judío de 2488, que equivale a 1272 a. C.

El nacimiento de Moisés ocurrió en circunstancias en las cuales el monarca egipcio de la época había ordenado que todos los niños varones que tuviesen los esclavos hebreos fueran arrojados al Nilo. La Torá no especifica la identidad de este faraón, algunos historiadores creen que pudo ser Ramsés II[cita requerida], aunque también se han sugerido otros faraones.

Iojebed, tía paterna (y esposa) del levita hebreo Amram, dio a luz a un hijo varón al que, según el Talmud, llamó Iekutiel, y le mantuvo escondido durante tres meses. Cuando no pudo mantenerlo oculto durante más tiempo, en lugar de entregarlo a los soldados egipcios lo colocó a la deriva del Nilo en una pequeña cesta embadurnada con barro en su interior y brea en el exterior, para hacerla impermeable. La hija del faraón, llamada Batía en el Talmud, descubrió al bebé, lo adoptó como su hijo, y lo llamó Moisés, que significa ‘salvado de las aguas’.


Miriam preguntó a la princesa Batía si le gustaría que una mujer hebrea cuidara al bebé. Entonces Iojebed se hizo cargo del niño y lo amamantó durante dos años. Cuando Moisés creció, fue entregado nuevamente a la hija del faraón.

Cuenta la tradición oral recopilada en la Mishná que a la edad de tres años, Moisés estaba sentado a la mesa junto a sus abuelos adoptivos —el faraón y su esposa—, la princesa Batía y los ministros. Moisés bajó del regazo de Batía y caminó hacia el rey. Levantó su corona y la colocó sobre su propia cabeza. Uno de los consejeros del faraón, Bilam, exclamó que se trataba de una acción profética y que Moisés le arrebataría el trono. Por tal motivo, otro ministro sugirió una prueba, sugiriendo que si se colocase enfrente del niño un diamante y un carbón ardiente, se podría determinar su verdadera astucia. Moisés agarró el carbón ardiente, y lo llevó a su boca. Como resultado, se quemó los labios y la lengua. De ahí en más, le fue dificultoso hablar, una característica que está mencionada en la Torá. Por tal motivo, la tradición oral determina que el pueblo hebreo, a sabiendas de la incapacidad de Moisés para la oratoria, comprendió que su líder sólo podía dirigirse a ellos por una influencia divina.

Cuando Moisés se hizo adulto, visitaba asiduamente a sus hermanos esclavos. Al ver cómo un capataz egipcio golpeaba brutalmente a un supervisor hebreo de nombre Datán, mató al egipcio y ocultó su cuerpo bajo la arena, esperando que nadie estuviera dispuesto a revelar algo sobre el asunto. Al día siguiente, vio a Datán peleando con su hermano Avirám e intentó separarlos. Los dos hermanos, enojados por la intromisión de Moisés, lo delataron al faraón, haciendo que Moisés huya de Egipto con todos los esclavos.


En una de sus exégesis, Najmánides señala que transcurrió un período prolongado entre la partida de Moisés de Egipto y su arribo a Madián.


Según se narra en la biblia, en cierta ocasión Moisés llevó a su rebaño al monte Horeb y allí vio una zarza que ardía sin consumirse. Cuando se volvió a un lado para observar más de cerca aquella maravilla, Dios (o más exactamente un ángel de Dios) le habló desde la zarza, revelando su nombre (es decir su verdadero significado) a Moisés.

En la época del emperador Constantino, el monte Horeb fue identificado con el monte Sinaí, pero la mayoría de los expertos creen que se encontraba mucho más al norte[cita requerida].

De acuerdo a la narración, Dios dijo a Moisés que debía volver a Egipto y liberar a su pueblo de la esclavitud. Moisés declaró a Yaveh que él no era el candidato para realizar dicha obra encomendada, dado que al parecer padecía de tartamudez. Yaveh le aseguró que le proporcionaría el apoyo para su obra entregándole las herramientas adecuadas.

Moisés obedeció y regresó a Egipto, donde fue recibido por Aarón, su hermano mayor, y organizó una reunión para avisar a su pueblo de lo que debían hacer. Al principio, Moisés no fue muy bien recibido; pero la opresión era grande y Moisés realizó señales para que su pueblo lo siguiera como un enviado de Dios.

Sin embargo, según el relato bíblico, lo más difícil fue persuadir al faraón para que dejase marchar a los hebreos. De hecho, estos no obtuvieron el permiso para partir hasta que Dios envió diez plagas sobre los egipcios. Estas plagas (palabra mal empleada, pues en el hebreo bíblico se habla más bien de «señales»), culminaron con la matanza de los primogénitos egipcios, lo cual causó tal terror entre los egipcios que ordenaron a los hebreos que se fueran.


La gran caravana de los hebreos se movía lentamente y tuvo que acampar hasta tres veces antes de dejar atrás la frontera egipcia, la cual se cree que estaba establecida en el Gran Lago Amargo. Otros han sugerido que como muy lejos estaría en la punta más septentrional del Mar Rojo (una mala traducción de la expresión hebrea yam Suf, que significa Mar de juncos). Mientras tanto el faraón cambió de opinión y salió tras la pista de los hebreos con un gran ejército. Atrapados entre el ejército egipcio y el Mar Rojo, los hebreos se desesperaron, pero Dios dividió las aguas del mar por mediación de Moisés, permitiendo a los hebreos cruzarlo con seguridad. Cuando los egipcios intentaron seguirlos, las aguas volvieron a su cauce ahogando a los egipcios.


Aunque la Biblia no cita al faraón del Éxodo por su nombre, sí da la fecha exacta del Éxodo. En 1Reyes 6:1 se lee que Salomón comenzó a construir el Templo en el cuarto año de su reinado, 480 años después que los hijos de Israel salieron de Egipto. La mayoría de los estudiosos de la Biblia estiman que el cuarto año del reinado de Salomón fue hacia el año 966 a. C.[3] Según esto la fecha de Éxodo sería hacia el año 1446 a. C., cuando gobernaba Tutmosis III, sin embargo no hay ningún documento ni resto arqueológico egipcio que confirme este acontecimiento.

Moisés suele ser representado con las tablas de los Diez mandamientos. Dios le dio estos mandamientos directamente a Moíses en el Monte de Sinaí durante la travesía en el desierto de Sinaí (véase siguiente sección). Moisés subió al monte a recibir las tablas del pacto, y estuvo ahí 40 días. Dios le dio dos tablas de piedra escritas con Su dedo. (Deuteronomio 9:9-10, Éxodo 31:18). Aunque en Éxodo 20, parece como si fuera Dios quien le dicta.

Estas tablas de la ley recogían los diez mandamientos, unas leyes básicas de obligado cumplimiento para todo el pueblo hebreo. Además de ello, le dio una serie de leyes menores que deberían ser también observadas. Cuando Moisés bajó a notificar a su pueblo, descubrió que en su ausencia habían fundido todo el oro y habían construido un becerro de oro, representación del dios egipcio Apis y le veneraban. Moisés montó en cólera, arrojó a su pueblo las tablas de la ley (que se rompieron) y quemó la estatua de oro.

La travesía por una serie de parajes inhóspitos de la gran masa de personas (unas 600.000 personas más aquellas que no eran judíos)[cita requerida] fue dura y muchos empezaron a dar rumores y a murmurar contra sus líderes (Moises y Aarón), aduciendo que era mejor estar bajo el yugo egipcio que padecer las penurias de la travesía. Moisés realizó innumerables milagros para aplacar la dureza de la travesía y demostrar al pueblo de Israel que Dios los guiaba. Las manifestaciones divinas fueron pródigas.

Para alimentarlos, Dios hizo llover maná del cielo. Para beber, Moisés golpeó con su báculo una roca, asegurando que surgiría agua. Ya que tardó en salir y golpeó una segunda vez, Dios se enojó por su falta de fe y le castigó. En su travesía por los desiertos, Israel lucha por primera vez contra los amalekitas, que eran un pueblo principal y vencen solo por la pujanza de Moisés. (Éxodo 17:8). Israel además vence a Arad, a los amorreos liderados por Sehón (Números 21) y rodean tierras por donde no se les permite combatir ni se les da el paso, como es el caso de las tierras de Edom.

En el monte Sinaí, el pueblo de Israel es organizado doctrinalmente iniciándose el período conocido como Levítico o sacerdocio menor de Aaron, se les inculca estatutos, mandamientos y por sobre todo el desarrollar fidelidad a los convenios con Yahvé.

En el mismo monte, Yahvé entrega el decálogo o los Diez mandamientos, pero al bajar Moisés junto a Josué, encuentra a su pueblo adorando un Becerro de Oro. Esta perversión a los ojos de Dios fue castigada con la muerte de quienes lideraban estas prácticas paganas, situaciones como esta se sucederían varias veces en el trayecto hacía la Tierra de Promisión.

Dios le volvió a dictar sus diez mandamientos y para transportar las sagradas escrituras, se construyó el arca de la alianza. Para portar dicha arca, se construyó el Tabernáculo, que sería el transporte del arca hasta que se llegara a la tierra prometida, donde se construiría un templo donde albergarla.

Ya cerca de la tierra prometida, Moisés encomienda a 12 espías el investigar y dar un reporte de las bondades de la tierra de promisión, pero al volver, 10 de los 12 espías dan un reporte sumamente desalentador sobre las gentes que moraban sobre estas tierras, inculcando miedo a las huestes armadas y por sobretodo desconfianza a las promesas de Dios. Este pasaje de la historia del pueblo judío es conocido en el Deuteronomio y en el libro de los Jueces.

Dios al ver la dureza de corazón de su pueblo, prohibió la entrada de todo varón de guerra (mayores de 20 años) a la tierra de promisión, incluyendo al mismo Moisés quien solo se le permitió verla desde lo alto de un monte (Horeb).

Ya estando cerca de Moab, Balac, rey de los moabitas ve venir a Israel por el margen oriental y teme del pueblo de Israel, manda a llamar a Balaam, un sacerdote de Melquisedec (Éxodo 22) para que maldiga al pueblo de Israel; pero Yahvé manda a un ángel a interponerse en el camino de Balaam hacía el monte de Bamot-Baal y es persuadido a bendecir al pueblo israelita y lo hace tres veces a pesar de los deseos de Balac.

Finalmente, tras cuarenta años de vagar por el desierto, los hebreos de aquella generación murieron en el desierto dejando sus huesos en este: (Éxodo 16: 35; Números 14: 33, 34: Deuteronomio 1: 1-3; 2: 7; 8: 2, 4).

Una nueva generación de hebreos libres, nacidos en el éxodo, llegaron a la Tierra Prometida y entraron por fin a ella guiados por el profeta Josué. Moisés, permaneció con aquellos que no iban a entrar a las tierras prometidas y sabiendo que no estaba lejos la hora de su muerte, le pasó el mando a Josué. Josué cruza el río Jordán dejando atrás casi 40 años de permanencia en el desierto de Parán y una distancia recorrida cercana a los 1.000 km desde que dejaron Pi-Ramsés en Egipto.

Cuando murió Moisés, a la edad de ciento veinte años, fue llorado por su pueblo durante treinta días y treinta noches, su sepulcro jamás ha sido hallado.

Para los cristianos, Moisés es a menudo un símbolo del contraste entre el judaísmo tradicional y las enseñanzas de Jesús. Los escritores del Nuevo Testamento comparan las palabras y los hechos de Jesús con los de Moisés para explicar la misión de Jesús. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, el rechazo de Moisés cuando los judíos adoraban al becerro de oro se compara con el rechazo a Jesús, también por parte de los judíos.

Moisés también figura en varios de los mensajes de Jesús. Cuando conoce al fariseo Nicodemo por la noche, en el tercer capítulo del Evangelio de Juan, compara el alzado de la serpiente de bronce en el desierto, que cualquier hebreo podía mirar para ser curado, con su propia ascensión a los cielos (tras su muerte y resurrección) de modo que la gente lo vea y sea curada. En el sexto capítulo, Jesús responde a sus seguidores que Moisés hizo que cayera el maná en el desierto diciendo que no había sido él, sino Dios, quien había obrado el milagro. Llamándolo el «pan de la vida», Jesús afirma que ahora es él quien alimenta al pueblo de Dios.


En el Corán, el libro sagrado del islam, la vida de Moisés (Musa) se narra y se recuerda más que la de cualquier otro profeta reconocido por los musulmanes. Aunque el Corán reitera que es una figura principalmente judía, se encuentran pocas diferencias.


Se ha asumido tradicionalmente que Moisés recibió de Dios y transcribió todos los textos de la Torá. Ésta sigue siendo la creencia de la mayoría de los cristianos y de la mayoría de los judíos ortodoxos. Sin embargo, los avances en la crítica textual han convencido a muchos expertos e historiadores de que estos textos, en la forma en que nosotros los conocemos actualmente, fueron tomados y adaptados de varias fuentes. Esta idea se discute en la hipótesis documental.


Los historiadores sugieren que Moisés nunca existió como figura histórica, y que el Éxodo es un mito. Por otra parte, los documentos históricos están tan fragmentados que los textos extrabíblicos que pudieran hablar de Moisés pueden haberse perdido para siempre en tiempos remotos[cita requerida]. Por ejemplo, si el Éxodo tuvo lugar durante el fin de la era de los Hicsos en Egipto, tal y como afirman algunos expertos (siglo XVI a. C.), entonces sus documentos sobre Moisés probablemente habrían sido destruidos deliberadamente cuando los egipcios les expulsaron[cita requerida].

Las referencias adicionales sobre Moisés datan de muchos siglos después de la época en la que supuestamente vivió. Se desconoce si se basan únicamente en la tradición judía o si también han tomado aspectos de otras fuentes. Algunos como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Manetón hablan de él. También existen, por supuesto, los relatos antes mencionados en la Mishná y el Corán. En el siglo III a. C., Manetón, un cronista y sacerdote heleno-egipcio, afirmó que Moisés no era judío, sino un sacerdote egipcio resentido, y que el Éxodo fue en realidad la expulsión de una colonia de leprosos.

Incluso si Moisés se acepta como figura histórica, hay varios aspectos del relato bíblico que pueden ser reinterpretados. La teoría de Manetón de que Moisés era egipcio es absolutamente plausible. Se ha sugerido que pudo haber sido un noble o príncipe egipcio influido por la religión de Atón (véase la teoría de Freud más abajo), o simplemente un simpatizante de la cultura hebrea. Mosés es un nombre egipcio que significa ‘hijo’ y se utilizó a menudo en los nombres de los faraones (como por ejemplo TutMoses). Los hebreos pudieron haber creado la historia a partir de los relatos de Sargón de Acad (mesopotámico) o Edipo (griego) para legitimar su creencia. Por otra parte, antiguamente las clases más bajas abandonaban a veces a sus hijos, y Moshe es una palabra hebrea (que significa ‘rescatado de las aguas’).

Poner fecha al Éxodo también ha sido un gran reto. Hay diferentes teorías, pero ninguna prueba histórica que lo confirme:

* Ocurrió alrededor del final de la era de los hicsos, tal y como se narra previamente;

* Ocurrió alrededor del 1420 a. C., puesto que existen documentos sobre la invasión de Canaán por parte de los "habiru" cuarenta años más tarde -esta teoría casa bien con la idea actual de que el personaje histórico de Moisés era el décimo quinto príncipe del rey de Egipto del siglo XV a. C. llamado Ra-mose, que también desapareció de los expedientes egipcios alrededor de la época de la muerte de la reina Hatshepsut.

* O bien, ocurrió durante el siglo XIII a. C., pues el faraón durante la mayoría de ese tiempo fue Ramsés II, el cual se considera habitualmente que fue el faraón con el cual se tuvo que enfrentar Moisés –conocido como «el faraón del Éxodo» o «el faraón opresor» de quien se dice haber obligado a los hebreos a construir las ciudades Pithom y Ramesés. Estas ciudades se conocen por haber sido construidas bajo Seti I y Ramsés II, haciendo a su sucesor Merenptah el posible «faraón del éxodo». Sin embargo, en la estela de Merenptah del 5.º año del citado faraón (1208 a. C.), se narra que «Israel está acabado, no queda ni la semilla». Además, en 1898 se descubrió la momia de Merenptah, pues no había perecido ahogado.

* Una teoría más reciente y controvertida afirma que Moisés era un noble de la corte del faraón Akenatón. Muchos estudiosos, desde Sigmund Freud hasta Joseph Campbell sugieren que Moisés pudo haber abandonado Egipto tras la muerte de Akenatón (1358 a. C.) cuando las reformas monoteístas del faraón fueron rechazadas violentamente. Las principales ideas que apoyarían esta teoría serían que la religión monoteísta de Akenatón era la predecesora del monoteísmo de Moisés, y una colección contemporánea de las Cartas de Amarna, escritas por los nobles para Akenatón describen bandas asaltantes de Habiru atacando territorios egipcios.

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