sábado, 8 de diciembre de 2012

EXISTENCIA

Cuando nos planteamos la pregunta ¿qué es el hombre? salen a la luz todo tipo de respuestas posibles. Una de ellas, que es la que vamos a plantear: el hombre es un ser arrojado en el mundo de las posibilidades. Ésta respuesta la dio Heidegger en Ser y Tiempo. Allí destaca que el “dasein”, o “ser ahí” (que interpretamos “hombre”) es un “ser-en-el-mundo”. La preocupación de Heidegger en el inicio de su obra era el problema del ser, no del hombre. ¿Cómo llegó a plantear la problemática de la existencia del hombre? El proceso es simple: el único ser que se pregunta por el ser es el “ser ahí”, o sea, el hombre. Para comprender, ante todo, lo que es el ser debemos fijar nuestra atención en el interrogador por el ser. La afirmación citada acerca de que el hombre está eyectado sobre sus posibilidades se explicita si mencionamos, más claramente, que es un ser que está proyectando permanentemente mientras existe. Nuestros proyectos se basan en posibilidades, es decir, se pueden concretar o no de acuerdo a las circunstancias contextuales en las que vivimos. Ahora bien, existe una posibilidad que abarca todos nuestros proyectos y que, a la vez, puede anularlos: la muerte. El hombre que ha logrado reconocerse como un ser finito, que tiene plena consciencia de que algún día va a morir, ese ha logrado entrar en lo que Heidegger llama una “existencia auténtica”. También están aquellos que pretenden ocultarse de la muerte, es decir, que niegan la posibilidad de la finitud de la existencia y que creen que el morir sólo les toca a los demás. Vivir de esa manera “inauténtica” sólo nos puede llevar a ser parte de un todo en el cual somos anónimos e intrascendentes. El problema que nos planteamos es: ¿cómo hace el hombre que sí acepta su naturaleza mortal, que sí reflexiona acerca de su finitud, y, al mismo tiempo, hace proyectos y trata de concretarles de todas maneras?. Es cierto que cuando nos ponemos a pensar en la muerte nos angustiamos. El sólo hecho de sabernos finitos nos deja solos, aislados del mundo, pues nuestra muerte es intransferible (nadie muere por nosotros). Aún así los hombres seguimos adelante con entereza. El misterio que responde a ésta pregunta puede ser tratado desde múltiples dimensiones y enfoques de pensamiento. Nosotros creemos que el hombre asume esta angustia y sigue viviendo porque ahora es más consciente que nunca que su tiempo en el mundo es precario y debe aprovecharlo. ¿Aprovecharlo en qué? Decidimos creer que quien quiere hacer buen uso de su temporalidad busca la felicidad en ella. Aquí entran a jugar un papel fundamental los principios éticos y morales de las personas. No todos vamos a asumir nuestra finitud de la misma manera, ni todos vamos a actuar similarmente. En otras ocasiones hemos dicho que uno de los motores que impulsan al hombre a seguir viviendo es la búsqueda de la concreción de “propósitos” o proyectos que, dependiendo de la persona, serán trascendentes. Nadie busca propósitos intrascendentes como sostén de la vida misma. La trascendencia es un concepto muy subjetivo, es decir, no todos consideramos las mismas cosas a la hora de decidir si son o no trascendentes. De todas maneras, aquí surge otro problema en la existencia humana: ¿qué sucede si mi proyecto resulta ser intrascendente?, o ¿y si mi paso en este mundo fuese intrascendente? Este también es un motivo de angustia, pues con proyectarnos simplemente no logramos la felicidad inmediatamente, en algunos casos es necesario concretar nuestros proyectos para sentirnos satisfechos. Bueno, eso no es realmente tan estricto. Pues, si bien algunos propósitos pueden ser frustrados por cualquier acontecimiento, el hombre siempre sigue proyectando, sigue buscando respuestas y logros dentro de sus posibilidades, no se estanca, sigue. ¿Cómo lo hace? En muchos casos la angustia ante el fracaso truncan todos nuestros planes de antemano. Dependiendo de la seguridad personal que tengamos, podremos o no iniciar un proyecto aún sabiendo que podemos fracasar. En la historia están reflejados miles de hombres que, con miles de dificultades de por medio, decidieron lanzarse al mar de las posibilidades y lograron concretar sus proyectos. No hace falta que nos remitamos a grandes personajes de la historia universal, fijemos nuestra atención en quienes nos rodean: familiares, amigos, conocidos, etc. seguramente encontraremos un caso ejemplar. Es que el esfuerzo de vivir y de ser feliz, aún sabiendo que vamos a morir, es parte de nuestra naturaleza, de nuestro ser. Todos estamos “llamados” a atravesar la temporalidad y sus tempestades y lograr en ella nuestros anhelos. Los fracasos no son más que la imposibilidad de una de todas las posibilidades que tenemos ante nosotros. No perdamos la esperanza ante la negativa de un mundo que nos dice constantemente “no puedes”. La búsqueda de la autenticidad es una de las vías posibles para afrontar (nunca escapar a) la angustia existencial. Todo hombre que hace uso pleno de su consciencia, que hace valer su voz frente a la de todos los demás, que afronta los problemas vivenciales con entereza y valentía, que se rige por el camino de la honradez y la sinceridad, llega al final de sus días con proyectos por hacer, no con frustraciones y negatividad.

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