sábado, 1 de diciembre de 2012

LA EXISTENCIA



“El limite  mi existencia es la existencia” 
¿Cuál es el sentido de la existencia? 


La pregunta por la existencia es la más profunda, la más determinante, la cual el hombre,  algún momento de su vida, no puede evadir. 
¿Por qué ser un humano y no un animal?, ¿Por qué haber nacido acá y no en Rusia? ¿Por que ser tan distinto al resto de la naturaleza?, ¿Por qué haber nacido y no haber “fallado” en un cigoto que no se desarrolló? ¿Por qué decidir por una profesión, amigos, pareja, caminos,  y no, en cambio, nada? 
Podríamos pensar que lo que nos hace ser humanos está dentro de nosotros y es como una fuente de la que emana nuestro ser y el sentido de nuestra existencia. Podríamos pensar también, que nuestra existencia está totalmente realizada o, tal vez, que somos como una arcilla informe que se va modelando, como lo haría un artesano, con cada una de nuestras decisiones. 
Primero, quiero plantear la posición “negativa”, la del sin sentido de la existencia. Si la existencia carece de sentido, cabría preguntarnos: ¿por qué existimos? Si la respuesta es simplemente porque sí, toda nuestra vida sería un caminar hacia la nada, sería un construir inútil, un hacer y deshacer al mejor estilo Penélope. 
En esta posición negativa no me quiero detener, lo expuesto es sólo una afirmación, para fundamentarlo creo que se volvería un texto mucho más largo y, de ser así, la pregunta debería ser “¿cuál es el no sentido de la existencia?”. 
Si la existencia tiene un sentido habría que comenzar a buscarlo en alguna de éstas direcciones o, de ser posible, en las dos. (Y el dos es realmente significativo, es un “número casi existencial”, en todo hay dos opciones: o se es bueno o malo, es verdad o mentira, es izquierda o derecha, se vive o se muere). 
La primera dirección es poner el sentido de la existencia en el interior del hombre, es verdad que no es un ser limitado, sino abierto: puede conocer, amar, soñar, temer, odiar, esperar o desesperar y lo más fundamental reflexionar. Desde esta perspectiva, buscando el sentido de la existencia en el interior del hombre, podríamos decir que su razón de ser y su fin es el autoconocimiento. El sentido de la existencia sería el reconocerse como distinto, autónomo y autárquico. Surgen así las siguientes preguntas: 
• ¿Distinto a qué? Por sus capacidades (físicas) y facultades (mentales), el hombre es claramente distinto al resto de la naturaleza. Sin embargo existe un punto común donde el hombre no puede sentirse ajeno al reino animal. Comparte las mismas funciones biológicas generales: nace, crece, se reproduce y muere. Y aquí encontramos nuevas semejanzas y diferencias: el hombre, al igual que los animales, no elige nacer. Sin embargo puede saber que se desarrolla, puede optar por reproducirse o no y puede pensar, reflexionar, temer, esperar o buscar; la muerte. 
• ¿Cómo crea sus propias normas? Crea sus normas como una forma de preservar la libertad. Puede optar por hacer el bien o el mal, en la medida de lo que considere bueno o malo. En si, las normas que el hombre cree para regir su vida son aquellas que él considera le permitirán alcanzar sus máximas aspiraciones. 
• ¿En qué consiste su propio gobierno? En la capacidad de obrar sin determinación de “el otro”, sin que sus elecciones estén forzadas por nada externo a su voluntad. 

La segunda dirección es plantear el sentido de la existencia desde una esfera exterior al hombre. 
Siguiendo con las semejanzas y diferencias entre el hombre y los animales, encontramos aquí otra similitud: el hombre aislado del hombre se deshumaniza. El hombre fuera de todo contacto con “lo humano” se animaliza. Pierde todo lo que lo distingue del resto de los animales. 
Desde el comienzo mismo de la existencia, sea considerado en el momento de la concepción o de la primera sinapsis o en el que fuere, el hombre necesita de “el otro”. Precisa de un hombre y una mujer, o más preciso, de un esperma y un óvulo (en definitiva de un hombre y una mujer) para constituirse en un individuo. Durante nueve meses (o cuarenta semanas) precisa de una mujer que lo alimente. Durante más de veinte años precisa de personas que: lo alimenten, lo eduquen, lo cobijen… lo introduzcan en el mundo de “lo humano”, desde el habla hasta las reglas de conductas aceptadas por la sociedad. 
El hombre se encuentra determinado, en un sentido positivo: como constituido, conformado, por “el otro”. Aquí ya es más que clara la importancia de las relaciones interpersonales. Sin relación no hay existencia que sea posible. Podría establecer entonces, que el primer sentido de la existencia es la relación. Provenimos de ella, nos formamos por ella y vivimos en ella. 
Ahora bien, surge una pregunta que es fundamental: ¿es la simple relación lo que da sentido a nuestra existencia? o, mejor expresado, ¿cualquier relación da sentido a nuestra existencia? Al hablar de relación viene implícita la otra posibilidad (nuevamente nos encontramos acá con el “dos existencial”), la de una “no-relación”. Entonces se puede hablar de una relación en sentido positivo y negativo. Todo lo que permite que la relación se de en un sentido positivo, podría recibir, como idea general (no significa que todas las relaciones estén signadas por esto) el nombre de “amor”. 
Para que haya relación es indispensable que, al menos, existan dos seres para relacionarse, un yo y un “el otro”. Y el modo en que nos relacionamos se podría comparar a un juego de frontón, según la forma en que yo arroje le palota la pared me la devolverá con la misma intensidad con la que yo la envié. 
En una relación, como en el frontón, la pared pasa a ser “el otro” que me devuelve lo que yo doy. “El otro” pasa a ser un espejo, que me muestra lo que doy y eso que doy es lo que soy. Pero, aún más, en la relación yo soy jugador y pared a la vez, es decir, doy y recibo, entonces soy yo y soy espejo para el otro. Donde él me dice hasta dónde puedo ir y yo le digo hasta donde puede llegar. Esta limitación es en ningún sentido negativa. Pretender una libertad absoluta es una “ilusión existencial”, porque estamos insertos en el mundo de “el otro”, que cuando pretendemos ser un árbol no reprende a gritos: “¡Sos humano!”, cuando pretendemos ser un león nos vuelve a gritar: “¡Sos humano!” 
Lo que permite que la relación pueda darse y, así, el hombre ir constituyendo su existencia es “el amor”. Que es la amalgama entre los seres humanos, lo que mantiene estable esa relación en la cual soy yo y espejo a la vez. La que permite ver en el otro al “yo”. Si en la relación no hay “amor”, en primer lugar, difícilmente la relación se mantenga; y, en segundo lugar, de no haber “amor” no me reconocería en el otro. Por ejemplo: reconocemos, por nuestra autonomía (acá se entiende autonomía en el sentido más estricto) y por las normas, que se crean para reglar la relación con “el otro”, que un ser humano no puede, arbitrariamente, matar a otro. Al cumplimiento de estar norma llamo “amor”. El “amor” hace que no matemos, robemos, violemos, mintamos o corrompamos a los demás. 
En cambio el “odio”, llamo odio a todo aquello que impide la relación con “el otro”, surge de la “ilusión existencial”. Dicha ilusión no nos permite ser concientes de “la autorreflexión” ni de “las relaciones interpersonales” (que son los dos sentidos de la existencia). En primer lugar, esa fantasía nos genera una visión distorsionada de la existencia. Ya que la libertad se manifiesta en un poder: hacer, pensar, creer, etc. Entonces pensamos que podemos actuar como consideramos mejor y no como consideremos bien; manifestamos ser lo que anhelamos y no lo que en verdad somos; consideramos bien lo que se ajusta a lo que deseamos. 
En segundo lugar, la “quimera existencial” afecta a las relaciones interpersonales, porque consideramos que nuestra libertad (nuestro poder hacer) tiene un alcance ilimitado, infinito. Si la libertad fuese de dicha forma, chocaría contra “el otro”, que posee su libertad, que también sería infinita y la existencia se movería en el mundo de lo caótico. Por ejemplo: yo podría matar a otro, por el simple hecho de tener la real posibilidad de hacerlo y la libertad como para ejecutar esa posibilidad. Todos mis actos estarían “redimidos” por mi libertad. 
Por eso todo movimiento de la existencia debe tener en cuenta a “el otro”, ya que este me muestra cuáles son mis límites. El límite de mi existencia es la existencia. 

Así como el enlace entre las ideas y el mundo son las palabra, el enlace entre los sentimientos y el mundo es la poesía. Por eso quiero terminar esta reflexión con un poema en el cuál expreso el sentido de la existencia: las relaciones interpersonales y el amor. 
 

Miren al hombre que esta sobre la roca, 
con los cabellos blancos, 
las manos hecha surcos 
y la sonrisa como un llanto. 

Miren a ese hombre 
que una vez fue niño, 
abierto de par a un mundo 
del que aprendió tanto. 

Miren a ese hombre, que una vez fue joven, 
escuchen su canto, 
¡qué hermosa melodía! 
Es la que también nosotros cantamos. 

Miren a ese hombre, 
que hoy ya es viejo, 
que está abierto a la nada 
o al encuentro del todo. 

Miren a ese hombre 
que clava su mirada en la nuestra, 
miren a ese hombre, 
que nos mira como lo miramos… 
miren a ese hombre 
que al mirarnos se encuentra…

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